martes, 3 de abril de 2018

CALIGRAFÍA PARA OCTAVOS Y DÉCIMO AÑOS


EL HOMBRE QUE SABIA VOLAR
Empezó a propagarse la noticia de que, en un remoto país, había un hombre que sabía volar. El rico Mansur decidió partir en su búsqueda para pedirle que le enseñara el arte del vuelo sin importar el precio ni las exigencias. Aprendería a volar y se guardaría el secreto para sí mismo, sin comunicárselo a nadie. Sería distinto a todos los demás, lo admirarían y él levantaría su vuelo extraordinario sobre las multitudes que le observarían impotentes y celosas.
Cuando llegó a aquel país lejano, nadie le supo dar noticias del hombre que volaba. Todos le confirmaron que habían oído hablar de él, incluso alguno afirmó y juró que había visto su vuelo prodigioso, pero nadie sabía dónde encontrarlo. Ansioso de encontrarlo, Mansur ofreció una suculenta recompensa a quien le diera una información segura, pero de nada sirvió la oferta.
Un día, mientras Mansur se encontraba en el mercado de la ciudad, se le acercó un viejo escudero, muy pobre, que le preguntó si era él el que buscaba al hombre que volaba. -Sí, soy yo. ¿Acaso tú puedes indicarme dónde puedo hallarlo? Si es así, y lo encuentro, te recompensaré muy bien: ya no pasarás ninguna necesidad en el resto de tu vida. -Puedo llevarte hasta él, si quieres. Comamos algo y después nos ponemos de camino sin demora. Así lo hicieron. Incluso Mansur, conmovido por su pobreza, le compró una manta y un par de sandalias nuevas.
Se encaminaron hacia el Norte, cruzaron el río, y a la noche pernoctaron en un hostal. Al día siguiente retomaron el camino. Mansur ardía de impaciencia por encontrar al hombre que volaba y no cesaba de hacerle preguntas sobre él. -¿Todavía estamos muy lejos? –preguntaba impaciente una y otra vez. -No, no, ya estamos cerca –le respondía calmadamente el viejo escudero. Pero fueron pasando los días y Mansur empezó a dudar.
Cuando iniciaron la subida a una alta montaña, Mansur no pudo aguantar más y gritó lleno de cólera: -Desde hace una semana me repites lo mismo, que estamos cerca, pero yo no veo ningún vestigio del hombre que buscamos. Te alimento, te doy albergue, pero tú me llevas de acá para allá en un penoso viaje que ya se me asemeja a una terrible pesadilla. Empiezo a sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un embaucador y un mentiroso, que sólo buscas aprovecharte de mí. El viejo escudero le miró calmadamente con sus ojos mansos y le dijo: -Ten paciencia, no te desesperes, te aseguro que estamos cerca. Un esfuerzo más y seguro que lo encontramos.
Mansur siguió subiendo la montaña jadeando improperios. Estaba cansado, desanimado, convencido de que el viejo era un simple charlatán, y hasta temió que, en un descuido, le diera un empujón en uno de esos parajes indómitos y lo matara para apoderarse de su bolsa. -Eres un pobre viejo, idiota y mentiroso –empezó a ofenderle con ira-. No sé cómo pude dejarme embaucar por un loco charlatán como tú. Yo no sigo más. Me voy. Tú verás cómo vuelves, porque yo no pienso darte ni un mendrugo de pan. Me importa un comino si te mueres de hambre.
Mansur empezó a descender de la montaña vomitando cólera. No entendía cómo se había fiado de ese pobre viejo que, sin duda alguna, estaba mal de la cabeza. De repente, vio una sombra sobre él, alzó los ojos y vio al viejo escudero volando plácidamente sobre él en el azul infinito del cielo.