sábado, 21 de abril de 2018
martes, 3 de abril de 2018
CALIGRAFÍA PARA OCTAVOS Y DÉCIMO AÑOS
EL HOMBRE QUE
SABIA VOLAR
Empezó a propagarse la noticia de que,
en un remoto país, había un hombre que sabía volar. El rico Mansur decidió
partir en su búsqueda para pedirle que le enseñara el arte del vuelo sin
importar el precio ni las exigencias. Aprendería a volar y se guardaría el
secreto para sí mismo, sin comunicárselo a nadie. Sería distinto a todos los
demás, lo admirarían y él levantaría su vuelo extraordinario sobre las
multitudes que le observarían impotentes y celosas.
Cuando llegó a aquel país lejano,
nadie le supo dar noticias del hombre que volaba. Todos le confirmaron que
habían oído hablar de él, incluso alguno afirmó y juró que había visto su vuelo
prodigioso, pero nadie sabía dónde encontrarlo. Ansioso de encontrarlo, Mansur
ofreció una suculenta recompensa a quien le diera una información segura, pero
de nada sirvió la oferta.
Un día, mientras Mansur se encontraba
en el mercado de la ciudad, se le acercó un viejo escudero, muy pobre, que le
preguntó si era él el que buscaba al hombre que volaba. -Sí, soy yo. ¿Acaso tú
puedes indicarme dónde puedo hallarlo? Si es así, y lo encuentro, te
recompensaré muy bien: ya no pasarás ninguna necesidad en el resto de tu vida.
-Puedo llevarte hasta él, si quieres. Comamos algo y después nos ponemos de
camino sin demora. Así lo hicieron. Incluso Mansur, conmovido por su pobreza,
le compró una manta y un par de sandalias nuevas.
Se encaminaron hacia el Norte,
cruzaron el río, y a la noche pernoctaron en un hostal. Al día siguiente
retomaron el camino. Mansur ardía de impaciencia por encontrar al hombre que
volaba y no cesaba de hacerle preguntas sobre él. -¿Todavía estamos muy lejos?
–preguntaba impaciente una y otra vez. -No, no, ya estamos cerca –le respondía
calmadamente el viejo escudero. Pero fueron pasando los días y Mansur empezó a
dudar.
Cuando iniciaron la subida a una alta
montaña, Mansur no pudo aguantar más y gritó lleno de cólera: -Desde hace una
semana me repites lo mismo, que estamos cerca, pero yo no veo ningún vestigio
del hombre que buscamos. Te alimento, te doy albergue, pero tú me llevas de acá
para allá en un penoso viaje que ya se me asemeja a una terrible pesadilla.
Empiezo a sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un embaucador y un
mentiroso, que sólo buscas aprovecharte de mí. El viejo escudero le miró
calmadamente con sus ojos mansos y le dijo: -Ten paciencia, no te desesperes,
te aseguro que estamos cerca. Un esfuerzo más y seguro que lo encontramos.
Mansur siguió subiendo la montaña
jadeando improperios. Estaba cansado, desanimado, convencido de que el viejo
era un simple charlatán, y hasta temió que, en un descuido, le diera un empujón
en uno de esos parajes indómitos y lo matara para apoderarse de su bolsa. -Eres
un pobre viejo, idiota y mentiroso –empezó a ofenderle con ira-. No sé cómo
pude dejarme embaucar por un loco charlatán como tú. Yo no sigo más. Me voy. Tú
verás cómo vuelves, porque yo no pienso darte ni un mendrugo de pan. Me importa
un comino si te mueres de hambre.
Mansur empezó a descender de la
montaña vomitando cólera. No entendía cómo se había fiado de ese pobre viejo
que, sin duda alguna, estaba mal de la cabeza. De repente, vio una sombra sobre
él, alzó los ojos y vio al viejo escudero volando plácidamente sobre él en el
azul infinito del cielo.
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