EL PAIS DE LAS MULETAS
En un lejano país, un rey
salió a combatir al frente de sus soldados y, en el fragor de la pelea, le
hirieron gravemente en uno de sus muslos, se le gangrenaron las heridas y, para
salvarle la vida, tuvieron que cortarle la pierna.
Regresó a su reino y, para
poder caminar, fue necesario que se ayudara en unas muletas. Para solidarizarse
con su rey, su Primer Ministro comenzó a caminar él también apoyado en unas
muletas a pesar de tener sus dos piernas en perfectas condiciones. Pronto,
comenzaron a imitarles los muchos arribistas y jaladores que nunca faltan, y a
los pocos días, casi toda la población de aquel país andaba con muletas.
Con el tiempo las muletas
pasaron a ser símbolo de distinción y jerarquía: Los ricos las hacían con las
maderas más finas y les incrustaban joyas y piedras preciosas, los comerciantes
se apresuraron a montar varias fábricas de muletas y a vocear sus ventajas
funcionales, comenzaron a ser despreciados y tenidos por bárbaros los que
todavía caminaban sin muletas, y muy pronto en las escuelas se empezó a dar
clases de cómo caminar con muletas, barnizarlas y cuidarlas. Todos llegaron a
convencerse de que era mucho mejor caminar con muletas que sin ellas y el
Consejo de Ministros logró convencer al rey de que emitiera un decreto real
prohibiendo caminar sin muletas y exigiendo que todo niño, desde su nacimiento,
fuera adiestrado a caminar con sus muletas.
Fue pasando el tiempo y en
aquel país ya nadie sabía que era posible caminar sin sus muletas...
Al cabo de muchos años, un
joven inconforme empezó a decir que las muletas eran un estorbo y que era
posible e incluso preferible caminar sin ellas. Nadie le dio mucha importancia
a sus ideas por considerarlas locuras de joven, se rieron de él, y esperaron
que el tiempo le devolvería la sensatez.
Pero el joven seguía
insistiendo en su descabellada idea. Parecía que no podía quitársela de la
cabeza y se soñaba corriendo sin muletas por el monte, trepándose a los
árboles, escalando montañas...
En vano trataron sus padres
de hacerle entrar en razón: -Ya no eres ningún niño para seguir con esas
locuras –le dijo un día con verdadera ira su padre-. Te prohíbo que vuelvas a
mencionar el tema. Tu conducta nos está trayendo muchos problemas. Todo el
mundo comienza a mirarnos feo y se la pasan murmurando de tu proceder y de
nuestra debilidad que te permitimos seguir con tus locuras. De ahora en
adelante, si quieres seguir viviendo en esta casa, tienes completamente
prohibido hablar de eso.
De nada sirvieron amenazas y
castigos. El joven no iba a abandonar una idea que se había adueñado por entero
de su vida, y le sembraba chispas de ilusión en los ojos y le ponía a galopar
afiebradamente el corazón. Cuando corrieron rumores de que el joven había sido
sorprendido practicando a escondidas el caminar sin muletas, comenzaron a
preocuparse seriamente las autoridades de aquel país y, como último recurso,
enviaron al sacerdote del lugar a que lo convenciera por las buenas. Si no lo
lograba, tendrían que proceder de un modo mucho más severo.
No iban a permitir que las
locuras de un joven sembraran las semillas de la desintegración y la discordia.
-¿Cómo puedes ir en contra de
nuestras tradiciones y nuestras leyes? –Le dijo el sacerdote-. Durante años y
años, todos hemos andado perfectamente con la ayuda de las muletas. Con ellas,
te sientes más seguro, y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas. Las
muletas son un gran invento, símbolo de la civilización y de la ciencia. Dios
nos dio la inteligencia para que la usáramos; ir contra las muletas es ir
contra Dios. Sólo los animales, que son seres inferiores, pueden caminar sin
ellas. ¿Acaso pretendes que los imitemos y tiremos por la borda tantos años de
avances y progreso? ¿Cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se
concreta todo el saber de nuestros antepasados sobre la construcción, uso y
mantenimiento de las muletas? ¿Cómo vas a irrespetar nuestros símbolos patrios
que llevan en el escudo y la bandera una muleta? ¿Qué sentido tendrán nuestras
oraciones en las que todos los días agradecemos a Dios el habernos dado la
sabiduría para perfeccionar cada vez más la utilización de las muletas? ¿Acaso
vamos a ignorar a nuestros próceres, nuestros sabios y nuestros santos que
levantaron su gloria, sabiduría y santidad bien afincados sobre sus muletas?
Fracasó también el sacerdote
y, para impedir la propagación de ideas tan perniciosas, encarcelaron al joven.
Allí fue practicando con avidez su propuesta de prescindir de las muletas. Sus
piernas débiles se fueron fortaleciendo y cada día su caminar era más seguro y
firme.
Decidieron desterrarlo del
país. Lo sacaron de la cárcel y ante los ojos impávidos de todos, el joven
arrojó sus muletas al aire y comenzó a correr gritando de alegría, al encuentro
de sí mismo, de su libertad.