EL RUISEÑOR
En los jardines del palacio de un
emperador vivía un ruiseñor cuyo canto era especialmente bello. Todos lo
conocían y alababan, menos el emperador que, muy ocupado en sus negocios
imperiales, hacía mucho tiempo que no había ido al jardín y no había podido escuchar
su canto.
Un día, sus cortesanos decidieron
celebrar el cumpleaños de su emperador con una gran fiesta en el jardín.
Estando allí, el emperador escuchó al ruiseñor y quedó tan embriagado con su
canto que llegó a llorar de la emoción. -He visto lágrimas en los ojos del
emperador, ¡ese es mi mayor tesoro! – dijo el pájaro rechazando los regalos que
le ofrecían. Para que el emperador pudiera disfrutar continuamente de sus
cánticos, atraparon al ruiseñor y lo metieron en una jaula que colocaron en el salón
imperial. El ruiseñor siguió cantando, pero su voz se tornó triste.
Conocedores del amor del emperador por
los ruiseñores, los habitantes del vecino país le enviaron un ruiseñor de oro y
piedras preciosas. Toda la corte, incluso el emperador, se dejó seducir por el
ruiseñor mecánico y pronto olvidaron al otro, el verdadero, que fue
languideciendo de tristeza y soledad. En un descuido del encargado de limpiar
la jaula, el ruiseñor escapó y, al recobrar su libertad, reencontró la alegría
y de nuevo su cántico fue una clarinada de luz.
Pasó el tiempo, enfermó el emperador,
le invadió la tristeza y entonces añoró el canto límpido del ruiseñor. Le
trajeron el ruiseñor de oro, pero no logró devolverle la alegría. Cuando el
ruiseñor se enteró de la enfermedad del rey, voló a su ventana y le dedicó sus
mejores canciones. Al oírlo, el rey recobró la alegría y muy pronto con ella la
salud. -Te quedarás ya siempre conmigo –le dijo el rey-. Te daré todo lo que
quieras, mandaré que te construyan una jaula de oro. Vivirás siempre a mi lado,
sin peligros, ni amenazas, sin tener que soportar el frío y el hambre en el
invierno... -No quiero tus regalos, ni tu jaula –le contestó el ruiseñor-. Si
quieres hacerme feliz, sólo te pido una cosa: permíteme volar libremente. Vendré
a visitarte cuando me apetezca y entonces mi canción será siempre limpia y
transparente.
REFLEXIÓN
Deja a la persona que amas el disfrute
de su libertad. El auténtico amor no limita ni amarra, no enjaula en la
dependencia, sino que pone alas al corazón para que emprenda el vuelo de su
propia libertad.
Amar a una persona es ayudarle a
descubrir su propio camino y darle ánimo y apoyo para que lo recorra con
autenticidad. Esta es la misión del verdadero maestro: alumbrar caminos y dar
la mano para que sean recorridos con libertad.
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