LAS VOCES DEL SILENCIO
Pedro
Garfias vivió en condición de exiliado en un castillo escocés. El dueño del
castillo se la pasaba viajando y el poeta vivía prácticamente solo en ese
inmenso castillo. Para hacer más soportable su soledad, acostumbraba a ir todas
las noches a la taberna del pueblo cercano y, como no hablaba ni una palabra de
inglés ni ninguno de los clientes sabía algo de español, pasaba las horas en
silencio tomando su cerveza, rumiando nostalgias y recuerdos.
Una
noche, cuando ya era hora de cerrar y se estaban marchando todos los clientes,
el tabernero le hizo una señal de que se quedara todavía un rato. Le sirvió y
se sirvió una cerveza y así estuvieron un largo tiempo, uno junto al otro
comunicando hondamente sus silencios. Durante varios días prosiguieron este
ritual de profunda comunicación, hasta que un día, Garfias no pudo contener el
torrente de palabras que le brotaban desde el alma y le contó sus problemas al
tabernero, quien, sin entender las palabras, estuvo escuchando y asintiendo
emocionado. Cuando terminó el poeta, el tabernero asombró al amigo con palabras
extrañas a los rincones más ocultos de su alma. Y siguieron durante varios días
escuchándose sin entenderse, o mejor, entendiéndose más allá de las palabras,
fraguando una amistad más fuerte que las barreras del idioma.
Garfias
consiguió visa para marcharse a México y la noche anterior a su partida
estuvieron tomando y despidiéndose en palabras desconocidas hasta que la mañana
dio unos tímidos golpes en la ventana.
Años
más tarde, el poeta andaluz le confesaría a Neruda: -Nunca entendí una sola palabra de lo que él me contaba, pero cuando lo
escuchaba, siempre estuve seguro de que lo comprendía. Y sé que cuando yo
hablaba, él también entendía lo que trataba de expresarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario