viernes, 1 de junio de 2018

CALIGRAFÍA PARA DÉCIMO AÑO



LAS VOCES DEL SILENCIO
Pedro Garfias vivió en condición de exiliado en un castillo escocés. El dueño del castillo se la pasaba viajando y el poeta vivía prácticamente solo en ese inmenso castillo. Para hacer más soportable su soledad, acostumbraba a ir todas las noches a la taberna del pueblo cercano y, como no hablaba ni una palabra de inglés ni ninguno de los clientes sabía algo de español, pasaba las horas en silencio tomando su cerveza, rumiando nostalgias y recuerdos.
Una noche, cuando ya era hora de cerrar y se estaban marchando todos los clientes, el tabernero le hizo una señal de que se quedara todavía un rato. Le sirvió y se sirvió una cerveza y así estuvieron un largo tiempo, uno junto al otro comunicando hondamente sus silencios. Durante varios días prosiguieron este ritual de profunda comunicación, hasta que un día, Garfias no pudo contener el torrente de palabras que le brotaban desde el alma y le contó sus problemas al tabernero, quien, sin entender las palabras, estuvo escuchando y asintiendo emocionado. Cuando terminó el poeta, el tabernero asombró al amigo con palabras extrañas a los rincones más ocultos de su alma. Y siguieron durante varios días escuchándose sin entenderse, o mejor, entendiéndose más allá de las palabras, fraguando una amistad más fuerte que las barreras del idioma.
Garfias consiguió visa para marcharse a México y la noche anterior a su partida estuvieron tomando y despidiéndose en palabras desconocidas hasta que la mañana dio unos tímidos golpes en la ventana.
Años más tarde, el poeta andaluz le confesaría a Neruda: -Nunca entendí una sola palabra de lo que él me contaba, pero cuando lo escuchaba, siempre estuve seguro de que lo comprendía. Y sé que cuando yo hablaba, él también entendía lo que trataba de expresarle.

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