domingo, 9 de diciembre de 2018

TEXTO PARA RESUMIR-BACHILLERATO


LOS IMPUESTOS DEL RAJÁ
Había una vez un Rajá que vivía en un palacio suntuoso, rodeado de lujos y opulencia. Cruel y sanguinario mantenía su modo de vida exprimiendo con impuestos cada vez más terribles y onerosos a sus súbditos que escasamente tenían para mal vivir. Por eso, era odiado por su pueblo y cada vez vivía más aislado. Ya casi no salía de su palacio y se la pasaba temiendo un complot, un levantamiento, sospechando de todos.

Un día, mandó llamar a su ministro de finanzas y le dijo: -Es tiempo de que vayas a cobrar los impuestos anuales. -Majestad –respondió el ministro- este año la cosecha ha sido muy mala. Las tormentas y granizadas destruyeron los sembradíos y la gente no va a tener ni para comer. Le ruego que tenga un poco de comprensión... -¿Estás acaso loco? –Gritó lleno de ira el Rajá-. Yo no tengo la culpa de las tormentas ni de las malas cosechas. Si no quieres terminar tus días en la cárcel, obedece mi orden y haz que todos sin excepción paguen lo que deben. -Está bien –dijo el ministro- cobraremos como siempre los impuestos. ¿Y para qué emplearemos el dinero recogido? -Siempre hay algo que reparar o mejorar. Recorre bien todo el palacio y anota lo que necesite de alguna mejora. En eso emplearemos el dinero.

El ministro hizo el recorrido y vio al Rajá con el rostro sombrío y temeroso, a la Reina carcomida por el aburrimiento, a los principitos solos y sin amigos, deseosos de salir a corretear por el campo. Vio las intrigas de los cortesanos, las miradas de rencor y de odio de los sirvientes y de los campesinos que se acercaban al palacio.
Concluida su inspección, le dijo al Rajá: -Majestad, tenía usted razón. Hay muchas cosas que reparar y mejorar en el palacio. Voy a cobrar los impuestos y con ellos arreglaré todo lo que está descompuesto.

Empezó su recorrido por el campo. A los toques del pregonero real, la multitud acudía murmurando a la plaza, juntando sus harapos, rabias y miserias. Se sabían de memoria el discurso previo a la sangría. Pero, por esta vez, se estaban equivocando. Casi no podían creer lo que escuchaban. Las palabras del ministro eran una lluvia fresca que lavaba sus temores, rabias y cansancios e iba poniendo chispas de asombro y alegría en sus ojos y en sus corazones: “El Rajá, nuestro Señor, al enterarse de que este año las cosechas han sido muy malas, y para cumplir los deseos de la Reina y de sus hijos los príncipes, ha decidido perdonarles los impuestos. Y no sólo eso: Aquellos que estén pasando dificultades especiales, serán ayudados por el tesoro real, pues el Rajá ha decidido que ninguno de sus súbditos pase hambre o necesidad”.

Una gran oleada de júbilo y agradecimiento fue brotando de todos los pueblos y rincones del reino.
Terminada su gira, el ministro se presentó ante el Rajá, que ignoraba por completo sus medidas, a rendirle cuentas. -¿Cómo te fue? –Preguntó el Rajá-. Me imagino que en varios pueblos habrás tenido que echar mano del ejército para obligarles a pagar. -No, no, nada de eso. Nunca habían escuchado con tanto agrado lo que les decía. El Rajá le miró desconcertado: -¿Y dónde está el dinero recogido? -Ya lo gasté todo. -¡Cómo! -Sí, como usted mismo me indicó, he reparado los principales desperfectos del palacio. Como vi que lo que más faltaba era la alegría y la confianza, fruto de la misericordia y la bondad, perdoné a todos los impuestos y las deudas. El rey montó en cólera, mandó encarcelar a su ministro y se dispuso él mismo a salir al frente de su ejército a cobrar los impuestos.

Tan pronto apareció tras la puerta del palacio recibió un chaparrón de aplausos y cumplidos colectivos que le dejaron desconcertado. De todos los rincones del reino había acudido la gente a rendir un homenaje a la familia real y vio que se acercaban unos niños con ramos de flores, con cánticos, con regalos para sus hijos, los príncipes. Por primera vez en muchos años, en el corazón del rey comenzó a latir la ternura y el agradecimiento, se le llenaron de emoción y lágrimas los ojos y entendió que era posible la felicidad.

Mandó buscar a su ministro encarcelado y le dijo: -Hombre bueno y sabio. Tenías razón. Acertaste en remediar las principales necesidades del palacio. Eres un excelente administrador porque  sabes convertir el dinero en felicidad. Te nombro mi administrador y consejero de por vida. (Cuento de Malabar)

martes, 20 de noviembre de 2018

TEXTO PARA RESUMIR


EL PAIS DE LAS MULETAS
En un lejano país, un rey salió a combatir al frente de sus soldados y, en el fragor de la pelea, le hirieron gravemente en uno de sus muslos, se le gangrenaron las heridas y, para salvarle la vida, tuvieron que cortarle la pierna.
Regresó a su reino y, para poder caminar, fue necesario que se ayudara en unas muletas. Para solidarizarse con su rey, su Primer Ministro comenzó a caminar él también apoyado en unas muletas a pesar de tener sus dos piernas en perfectas condiciones. Pronto, comenzaron a imitarles los muchos arribistas y jaladores que nunca faltan, y a los pocos días, casi toda la población de aquel país andaba con muletas.
Con el tiempo las muletas pasaron a ser símbolo de distinción y jerarquía: Los ricos las hacían con las maderas más finas y les incrustaban joyas y piedras preciosas, los comerciantes se apresuraron a montar varias fábricas de muletas y a vocear sus ventajas funcionales, comenzaron a ser despreciados y tenidos por bárbaros los que todavía caminaban sin muletas, y muy pronto en las escuelas se empezó a dar clases de cómo caminar con muletas, barnizarlas y cuidarlas. Todos llegaron a convencerse de que era mucho mejor caminar con muletas que sin ellas y el Consejo de Ministros logró convencer al rey de que emitiera un decreto real prohibiendo caminar sin muletas y exigiendo que todo niño, desde su nacimiento, fuera adiestrado a caminar con sus muletas.
Fue pasando el tiempo y en aquel país ya nadie sabía que era posible caminar sin sus muletas...
Al cabo de muchos años, un joven inconforme empezó a decir que las muletas eran un estorbo y que era posible e incluso preferible caminar sin ellas. Nadie le dio mucha importancia a sus ideas por considerarlas locuras de joven, se rieron de él, y esperaron que el tiempo le devolvería la sensatez.
Pero el joven seguía insistiendo en su descabellada idea. Parecía que no podía quitársela de la cabeza y se soñaba corriendo sin muletas por el monte, trepándose a los árboles, escalando montañas...
En vano trataron sus padres de hacerle entrar en razón: -Ya no eres ningún niño para seguir con esas locuras –le dijo un día con verdadera ira su padre-. Te prohíbo que vuelvas a mencionar el tema. Tu conducta nos está trayendo muchos problemas. Todo el mundo comienza a mirarnos feo y se la pasan murmurando de tu proceder y de nuestra debilidad que te permitimos seguir con tus locuras. De ahora en adelante, si quieres seguir viviendo en esta casa, tienes completamente prohibido hablar de eso.
De nada sirvieron amenazas y castigos. El joven no iba a abandonar una idea que se había adueñado por entero de su vida, y le sembraba chispas de ilusión en los ojos y le ponía a galopar afiebradamente el corazón. Cuando corrieron rumores de que el joven había sido sorprendido practicando a escondidas el caminar sin muletas, comenzaron a preocuparse seriamente las autoridades de aquel país y, como último recurso, enviaron al sacerdote del lugar a que lo convenciera por las buenas. Si no lo lograba, tendrían que proceder de un modo mucho más severo.
No iban a permitir que las locuras de un joven sembraran las semillas de la desintegración y la discordia.
-¿Cómo puedes ir en contra de nuestras tradiciones y nuestras leyes? –Le dijo el sacerdote-. Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con la ayuda de las muletas. Con ellas, te sientes más seguro, y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas. Las muletas son un gran invento, símbolo de la civilización y de la ciencia. Dios nos dio la inteligencia para que la usáramos; ir contra las muletas es ir contra Dios. Sólo los animales, que son seres inferiores, pueden caminar sin ellas. ¿Acaso pretendes que los imitemos y tiremos por la borda tantos años de avances y progreso? ¿Cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros antepasados sobre la construcción, uso y mantenimiento de las muletas? ¿Cómo vas a irrespetar nuestros símbolos patrios que llevan en el escudo y la bandera una muleta? ¿Qué sentido tendrán nuestras oraciones en las que todos los días agradecemos a Dios el habernos dado la sabiduría para perfeccionar cada vez más la utilización de las muletas? ¿Acaso vamos a ignorar a nuestros próceres, nuestros sabios y nuestros santos que levantaron su gloria, sabiduría y santidad bien afincados sobre sus muletas?
Fracasó también el sacerdote y, para impedir la propagación de ideas tan perniciosas, encarcelaron al joven. Allí fue practicando con avidez su propuesta de prescindir de las muletas. Sus piernas débiles se fueron fortaleciendo y cada día su caminar era más seguro y firme.
Decidieron desterrarlo del país. Lo sacaron de la cárcel y ante los ojos impávidos de todos, el joven arrojó sus muletas al aire y comenzó a correr gritando de alegría, al encuentro de sí mismo, de su libertad.

martes, 13 de noviembre de 2018

RESUMEN DE ROMEO Y JULIETA

Shakespeare nació el 26 de abril de 1564 y murió el 23 de abril de 1616.

Romeo y Julieta es una historia de amor entre dos jóvenes de 16 años. Son de familias enemigas en la ciudad de Verona.
Pertenecen a las familias de los Capuletos y los Montescos, que son las más poderosas de la ciudad pero están enfrentadas entre sí. Julieta celebra la fiesta de sus 16 años de edad y en ella conoce a Romeo. Se enamoran a primera vista. En ese momento no saben que sus familias son totalmente opuestas.
Se casan en secreto al día siguiente de conocerse en un alarde de completo romanticismo y pasión. Les une un sacerdote en una ceremonia religiosa.
Tras la boda secreta mantienen su vida separada. Mercutio, amigo de Romeo, se encuentra con Tebaldo, primo de Julieta que está furioso por la presencia de Romeo en la fiesta de máscaras celebrada en casa de los Capuletos la noche anterior.
Romeo rehusa batirse con Tebaldo. Mercucio se indigna por esta sumisión y saca la espada. Romeo trata de separar a los contendientes y en ese momento Tebaldo mata a Mercucio. Romeo lucha, mata a Tebaldo y huye.
El príncipe de Verona condena a Romeo al destierro. La noticia causa la desesperación de Romeo y de Julieta. Romeo parte hacia Mantua.
El padre de Julieta ignora que Julieta se ha casado con Romeo y concierta la boda de su hija con Paris, un matrimonio del que ya se había hablado antes de que Julieta conociese a Romeo. La boda se fija para dos días después.
El sacerdote busca un truco para volver a reunir a los esposos. Aconseja a Julieta que finja ante sus padres que acepta el matrimonio y le da un narcótico que la hará permanecer muerta durante dos días. Su familia llevará el cuerpo al cementerio y el sacerdote avisará a Romeo que la sacará del sepulcro. Julieta acepta el plan, toma el narcótico y es hallada muerta, por lo que en lugar de la boda se celebra un entierro.
La carta que había sido enviada a Romeo por el sacerdote no llega, Romeo recibe la noticia de la muerte de Julieta. Desesperado compra un veneno y se dirige a Verona con la intención de tomar el veneno junto a la tumba de Julieta. Cuando llega a la tumba se encuentra con Paris, lucha y lo mata. Romeo besa a Julieta, se toma el veneno y cae muerto. Julieta al ver a Romeo muerto toma también veneno y muere.

lunes, 8 de octubre de 2018

CALIGRAFÍA PARA OCTAVOS AÑOS

“No te rindas”

Mario Benedetti

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

CALIGRAFÍA PARA BACHILLERATO

DIME
Jorge Luir Borges

Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.

Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descansar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.

Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero. 

domingo, 16 de septiembre de 2018

CALIGRAFÍA PARA OCTAVOS AÑOS


EL  PATO  EN  LA  ESCUELA
Por Miguel Ángel Santos Guerra
Cierta vez, los animales del bosque decidieron hacer algo para afrontar los problemas del mundo nuevo y organizaron una escuela. Adoptaron un currículo de actividades consistente en correr, trepar, nadar, volar y para que fuera más fácil enseñarlo, todos los animales se inscribieron en todas las asignaturas.
El pato era estudiante sobresaliente en la asignatura de  natación. De hecho, superior a su maestro. Obtuvo un suficiente en vuelo, pero en carrera resultó deficiente. Como era de aprendizaje lento en carrera tuvo que quedarse en la escuela después de la hora de salida y abandonar la natación para practicar la carrera. Estas ejercitaciones continuaron hasta que sus pies membranosos se desgastaron, y entonces pasó a ser un alumno apenas mediano en la natación. Pero la medianía se aceptaba en la escuela, de manera que a nadie le preocupó lo sucedido salvo, como es natural, al pato.
La liebre comenzó el curso como el alumno más distinguido en carrera pero sufrió un colapso nervioso por exceso de trabajo en natación. La ardilla era sobresaliente en trepar, hasta que manifestó un síndrome de frustración en la clase de vuelo, donde su maestro le hacía comenzar desde el suelo, en vez de hacerlo desde la cima del árbol. Por último se  enfermó de calambres por exceso de esfuerzo, y entonces, la calificaron con 6 de 10, en trepar  y con 4 de 10, en carrera.
El águila era un alumno problema y recibió malas notas en conducta. En el curso de trepar superaba a todos los demás en el ejercicio de subir hasta la copa del árbol, pero se obstinaba en hacerlo a su manera.
Al terminar el año, una anguila anormal, que podía nadar de forma sobresaliente y también correr y trepar y volar un poco, obtuvo el promedio superior y la medalla al mejor estudiante.

miércoles, 13 de junio de 2018

CALIGRAFÍA PARA DÉCIMO AÑO

    UN ERROR AFORTUNADO
En el salón de clase había dos alumnos que tenían el mismo apellido: Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra: indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un alumno ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”. La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y acarició levemente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño. El pequeño Urdaneta cambió totalmente desde entonces y fue, realmente, un placer tenerlo en clase.

viernes, 1 de junio de 2018

CALIGRAFÍA PARA DÉCIMO AÑO



LAS VOCES DEL SILENCIO
Pedro Garfias vivió en condición de exiliado en un castillo escocés. El dueño del castillo se la pasaba viajando y el poeta vivía prácticamente solo en ese inmenso castillo. Para hacer más soportable su soledad, acostumbraba a ir todas las noches a la taberna del pueblo cercano y, como no hablaba ni una palabra de inglés ni ninguno de los clientes sabía algo de español, pasaba las horas en silencio tomando su cerveza, rumiando nostalgias y recuerdos.
Una noche, cuando ya era hora de cerrar y se estaban marchando todos los clientes, el tabernero le hizo una señal de que se quedara todavía un rato. Le sirvió y se sirvió una cerveza y así estuvieron un largo tiempo, uno junto al otro comunicando hondamente sus silencios. Durante varios días prosiguieron este ritual de profunda comunicación, hasta que un día, Garfias no pudo contener el torrente de palabras que le brotaban desde el alma y le contó sus problemas al tabernero, quien, sin entender las palabras, estuvo escuchando y asintiendo emocionado. Cuando terminó el poeta, el tabernero asombró al amigo con palabras extrañas a los rincones más ocultos de su alma. Y siguieron durante varios días escuchándose sin entenderse, o mejor, entendiéndose más allá de las palabras, fraguando una amistad más fuerte que las barreras del idioma.
Garfias consiguió visa para marcharse a México y la noche anterior a su partida estuvieron tomando y despidiéndose en palabras desconocidas hasta que la mañana dio unos tímidos golpes en la ventana.
Años más tarde, el poeta andaluz le confesaría a Neruda: -Nunca entendí una sola palabra de lo que él me contaba, pero cuando lo escuchaba, siempre estuve seguro de que lo comprendía. Y sé que cuando yo hablaba, él también entendía lo que trataba de expresarle.

lunes, 21 de mayo de 2018

UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS


“Anoche, a las doce y media próximamente, el Celador de Policía No.451, que hacía el servicio de esa zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a un individuo de apellido Ramírez casi en completo estado de postración. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el señor Celador dijo haber sido víctima de una agresión de parte de unos individuos a quienes no conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo. El Celador invitó al agredido a que le acompañara a la Comisaría de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicitó ayuda de uno de los chaufferes de la estación mas cercana de autos y condujo al herido a la Policía, donde, a pesar de las atenciones del médico, doctor Ciro Benavides, falleció después de pocas horas.
“Esta mañana, el señor Comisario de la 6a. ha practicado las diligencias convenientes; pero no ha logrado descubrirse nada acerca de los asesinos ni de la procedencia de Ramírez. Lo único que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.
“Procuraremos tener a nuestros lectores al corriente de cuanto se sepa a propósito de este misterioso hecho.” No decía más la crónica roja del Diario de la Tarde.
Yo no sé en qué estado de ánimo me encontraba entonces. Lo cierto es que reí a satisfacción. ¡Un hombre muerto a puntapiés! Era lo más gracioso, lo más hilarante de cuanto para mí podía suceder. Esperé hasta el otro día en que hojeé anhelosamente el Diario, pero acerca de mi hombre no había una línea. Al siguiente tampoco. Creo que después de diez días nadie se acordaba de lo ocurrido entre Escobedo y García.
Pero a mí llegó a obsesionarme. Me perseguía por todas partes la frase hilarante: ¡Un hombre muerto a puntapiés! Y todas las letras danzaban ante mis ojos tan alegremente que resolví al fin reconstruir la escena callejera o penetrar, por lo menos, en el misterio de por qué se mataba a un ciudadano de manera tan ridícula.
Caramba, yo hubiera querido hacer un estudio experimental; pero he visto en los libros que tales estudios tratan sólo de investigar el cómo de las cosas; y entre mi primera idea, que era ésta, de reconstrucción, y la que averigua las razones que movieron a unos individuos a atacar a otro a puntapiés, más original y beneficiosa para la especie humana me pareció la segunda. Bueno, el por qué de las cosas dicen que es algo incumbente a la filosofía, y en verdad nunca supe que de filosófico iban a tener mis investigaciones, además de que todo lo que lleva humos de aquella palabra me anonada. Con todo, entre miedoso y desalentado, encendí mi pipa. -Esto es esencial, muy esencial.
La primera cuestión que surge ante los que se enlodan en estos trabajitos es la del método. Esto lo saben al dedillo los estudiantes de la Universidad, los de los Normales, los de los Colegios y en general todos los que van para personas de provecho. Hay dos métodos: la deducción y la inducción (véase Aristóteles y Bacon).
El primero, la deducción me pareció que no me interesaría. Me han dicho que la deducción es un modo de investigar que parte de lo más conocido a lo menos conocido. Buen método: lo confieso. Pero yo sabía muy poco del asunto y había que pasar la hoja.
La inducción es algo maravilloso. Parte de lo menos conocido a lo más conocido… ¿Cómo es? No lo recuerdo bien… En fin, ¿quién es el que sabe de estas cosas?) Si he dicho bien, este es el método por excelencia. Cuando se sabe poco, hay que inducir. Induzca, joven.
Ya resuelto, encendida la pipa y con la formidable arma de la inducción en la mano, me quedé irresoluto, sin saber qué hacer.
-Bueno, y ¿cómo aplico este método maravilloso? -me pregunté.
¡Lo que tiene no haber estudiado a fondo la lógica! Me iba a quedar ignorante en el famoso asunto de las calles Escobedo y García sólo por la maldita ociosidad de los primeros años.
Desalentado, tomé el Diario de la Tarde, de fecha 13 de enero -no había apartado nunca de mi mesa el aciago Diario- y dando vigorosos chupetones a mi encendida y bien culotada pipa, volví a leer la crónica roja arriba copiada. Hube de fruncir el ceño como todo hombre de estudio -¡una honda línea en el entrecejo es señal inequívoca de atención!
Leyendo, leyendo, hubo un momento en que me quedé casi deslumbrado.
Especialmente el penúltimo párrafo, aquello de “Esta mañana, el señor Comisario de la 6a….” fue lo que más me maravilló. La frase última hizo brillar mis ojos: “Lo único que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.” Y yo, por una fuerza secreta de intuición, que Ud. no puede comprender, leí así: ERA VICIOSO, con letras prodigiosamente grandes.
Creo que fue una revelación de Astartea. El único punto que me importó desde entonces fue comprobar qué clase de vicio tenía el difunto Ramírez. Intuitivamente había descubierto que era… No, no lo digo para no enemistar su memoria con las señoras…
Y lo que sabía intuitivamente era preciso lo verificara con razonamientos, y si era posible, con pruebas. 


Para esto, me dirigí donde el señor Comisario de la 6a. quien podía darme los datos reveladores. La autoridad policial no había logrado aclarar nada. Casi no acierta a comprender lo que yo quería. Después de largas explicaciones me dijo, rascándose la frente:
-¡Ah!, sí… El asunto ese de un tal Ramírez… Mire que ya nos habíamos desalentado… ¡Estaba tan oscura la cosa! Pero, tome asiento; por qué no se sienta señor… Como Ud. tal vez sepa ya, lo trajeron a eso de la una y después de unas dos horas falleció… el pobre. Se le hizo tomar dos fotografías, por un caso… algún deudo… ¿Es Ud. pariente del señor Ramírez? Le doy el pésame… mi más sincero…
-No, señor -dije yo indignado-, ni siquiera le he conocido. Soy un hombre que se interesa por la justicia y nada más…
Y me sonreí por lo bajo. ¡Qué frase tan intencionada! ¿Ah? “Soy un hombre que se interesa por la justicia.” ¡Cómo se atormentaría el señor Comisario! Para no cohibirle más, apresuréme:
-Ha dicho usted que tenía dos fotografías. Si pudiera verlas…
El digno funcionario tiró de un cajón de su escritorio y revolvió algunos papeles. Luego abrió otro y revolvió otros papeles. En un tercero, ya muy acalorado, encontró al fin.
Y se portó muy culto:
-Usted se interesa por el asunto. Llévelas no más caballero… Eso sí, con cargo de devolución -me dijo, moviendo de arriba a abajo la cabeza al pronunciar las últimas palabras y enseñándome gozosamente sus dientes amarillos.
Agradecí infinitamente, guardándome las fotografías.
-Y dígame usted, señor Comisario, ¿no podría recordar alguna seña particular del difunto, algún dato que pudiera revelar algo?
-Una seña particular… un dato… No, no. Pues, era un hombre completamente vulgar. Así más o menos de mi estatura -el Comisario era un poco alto-; grueso y de carnes flojas. Pero una seña particular… no… al menos que yo recuerde…
Como el señor Comisario no sabía decirme más, salí, agradeciéndole de nuevo.

Me dirigí presuroso a mi casa; me encerré en el estudio; encendí mi pipa y saqué las fotografías, que con aquel dato del periódico eran preciosos documentos.
Estaba seguro de no poder conseguir otros y mi resolución fue trabajar con lo que la fortuna había puesto a mi alcance.
Lo primero es estudiar al hombre, me dije. Y puse manos a la obra. Miré y remiré las fotografías, una por una, haciendo de ellas un estudio completo. Las acercaba a mis ojos; las separaba, alargando la mano; procuraba descubrir sus misterios.
Hasta que al fin, tanto tenerlas ante mí, llegué a aprenderme de memoria el más escondido rasgo.
Esa protuberancia fuera de la frente; esa larga y extraña nariz ¡que se parece tanto a un tapón de cristal que cubre la poma de agua de mi fonda!, esos bigotes largos y caídos; esa barbilla en punta; ese cabello lacio y alborotado.
Cogí un papel, trace las líneas que componen la cara del difunto Ramírez. Luego, cuando el dibujo estuvo concluido, noté que faltaba algo; que lo que tenía ante mis ojos no era él; que se me había ido un detalle complementario e indispensable… ¡Ya! Tomé de nuevo la pluma y completé el busto, un magnífico busto que de ser de yeso figuraría sin desentono en alguna Academia. Busto cuyo pecho tiene algo de mujer.
Después… después me ensañé contra él. ¡Le puse una aureola! Aureola que se pega al cráneo con un clavito, así como en las iglesias se las pegan a las efigies de los santos.
¡Magnífica figura hacía el difunto Ramírez!
Mas, ¿a qué viene esto? Yo trataba… trataba de saber por qué lo mataron; sí, por qué lo mataron… Entonces confeccioné las siguientes lógicas conclusiones:
El difunto Ramírez se llamaba Octavio Ramírez (un individuo con la nariz del difunto no puede llamarse de otra manera);
Octavio Ramírez tenía cuarenta y dos años;
Octavio Ramírez andaba escaso de dinero;
Octavio Ramírez iba mal vestido; y, por último, nuestro difunto era extranjero.
Con estos preciosos datos, quedaba reconstruida totalmente su personalidad.


Sólo faltaba, pues, aquello del motivo que para mí iba teniendo cada vez más caracteres de evidencia. La intuición me lo revelaba todo. Lo único que tenia que hacer era, por un puntillo de honradez, descartar todas las demás posibilidades. Lo primero, lo declarado por él, la cuestión del cigarrillo, no se debía siquiera meditar. Es absolutamente absurdo que se victime de manera tan infame a un individuo por una futileza tal. Había mentido, había disfrazado la verdad; más aún, asesinado la verdad, y lo había dicho porque lo otro no quería, no podía decirlo.
¿Estaría beodo el difunto Ramírez? No, esto no puede ser, porque lo habrían advertido enseguida en la Policía y el dato del periódico habría sido terminante, como para no tener dudas, o, si no constó por descuido del repórter, el señor Comisario me lo habría revelado, sin vacilación alguna.
¿Qué otro vicio podía tener el infeliz victimado? Porque de ser vicioso, lo fue; esto nadie podrá negármelo. Lo prueba su empecinamiento en no querer declarar las razones de la agresión. Cualquier otra causal podía ser expuesta sin sonrojo. Por ejemplo, ¿qué de vergonzoso tendrían estas confesiones:
“Un individuo engañó a mi hija; lo encontré esta noche en la calle; me cegué de ira; le traté de canalla, me le lancé al cuello, y él, ayudado por sus amigos, me ha puesto en este estado” o
“Mi mujer me traicionó con un hombre a quien traté de matar; pero él, más fuerte que yo, la emprendió a furiosos puntapiés contra mí” o
“Tuve unos líos con una comadre y su marido, por vengarse, me atacó cobardemente con sus amigos”?
Si algo de esto hubiera dicho a nadie extrañaría el suceso.
También era muy fácil declarar:
“Tuvimos una reyerta.”
Pero estoy perdiendo el tiempo, que estas hipótesis las tengo por insostenibles: en los dos primeros casos, hubieran dicho algo ya los deudos del desgraciado; en el tercero su confesión habría sido inevitable, porque aquello resultaba demasiado honroso; en el cuarto, también lo habríamos sabido ya, pues animado por la venganza habría delatado hasta los nombres de los agresores.
Nada, que a lo que a mí se me había metido por la honda línea del entrecejo era lo evidente. Ya no caben más razonamientos. En consecuencia, reuniendo todas las conclusiones hechas, he reconstruido, en resumen, la aventura trágica ocurrida entre Escobedo y García, en estos términos:
Octavio Ramírez, un individuo de nacionalidad desconocida, de cuarenta y dos años de edad y apariencia mediocre, habitaba en un modesto hotel de arrabal hasta el día 12 de enero de este año.
Parece que el tal Ramírez vivía de sus rentas, muy escasas por cierto, no permitiéndose gastos excesivos, ni aun extraordinarios, especialmente con mujeres. Había tenido desde pequeño una desviación de sus instintos, que lo depravaron en lo sucesivo, hasta que, por un impulso fatal, hubo de terminar con el trágico fin que lamentamos.
Para mayor claridad se hace constar que este individuo había llegado sólo unos días antes a la ciudad teatro del suceso.
La noche del 12 de enero, mientras comía en una oscura fonducha, sintió una ya conocida desazón que fue molestándole más y más. A las ocho, cuando salía, le agitaban todos los tormentos del deseo. En una ciudad extraña para él, la dificultad de satisfacerlo, por el desconocimiento que de ella tenía, le azuzaba poderosamente. Anduvo casi desesperado, durante dos horas, por las calles céntricas, fijando anhelosamente sus ojos brillantes sobre las espaldas de los hombres que encontraba; los seguía de cerca, procurando aprovechar cualquiera oportunidad, aunque receloso de sufrir un desaire. 
Hacia las once sintió una inmensa tortura. Le temblaba el cuerpo y sentía en los ojos un vacío doloroso.
Considerando inútil el trotar por las calles concurridas, se desvió lentamente hacia los arrabales, siempre regresando a ver a los transeúntes, saludando con voz temblorosa, deteniéndose a trechos sin saber qué hacer, como los mendigos. 

Al llegar a la calle Escobedo ya no podía más. Le daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara. Lloriquear, quejarse lastimeramente, hablarle de sus torturas…
Oyó, a lo lejos, pasos acompasados; el corazón le palpitó con violencia; arrimóse al muro de una casa y esperó. A los pocos instantes el recio cuerpo de un obrero llenaba casi la acera. Ramírez se había puesto pálido; con todo, cuando aquel estuvo cerca, extendió el brazo y le tocó el codo. El obrero se regresó bruscamente y lo miró. Ramírez intentó una sonrisa melosa, de proxeneta hambrienta abandonada en el arroyo. El otro soltó una carcajada y una palabra sucia; después siguió andando lentamente, haciendo sonar fuerte sobre las piedras los tacos anchos de sus zapatos. Después de una media hora apareció otro hombre. El desgraciado, todo tembloroso, se atrevió a dirigirle una galantería que contestó el transeúnte con un vigoroso empellón. Ramírez tuvo miedo y se alejó rápidamente.
Entonces, después de andar dos cuadras, se encontró en la calle García. Desfalleciente, con la boca seca, miró a uno y otro lado. A poca distancia y con paso apresurado iba un muchacho de catorce años. Lo siguió.
-¡Pst! ¡Pst! El muchacho se detuvo.
-Hola rico… ¿Qué haces por aquí a estas horas?
-Me voy a mi casa… ¿Qué quiere?
-Nada, nada… Pero no te vayas tan pronto, hermoso…
Y lo cogió del brazo.
El muchacho hizo un esfuerzo para separarse.
-¡Déjeme! Ya le digo que me voy a mi casa.
Y quiso correr. Pero Ramírez dio un salto y lo abrazó. Entonces el galopín, asustado, llamó gritando:
-¡Papá! ¡Papá!
Casi en el mismo instante, y a pocos metros de distancia, se abrió bruscamente una claridad sobre la calle. Apareció un hombre de alta estatura. Era el obrero que había pasado antes por Escobedo.
Al ver a Ramírez se arrojó sobre él. Nuestro pobre hombre se quedó mirándolo, con ojos tan grandes y fijos como platos, tembloroso y mudo.
-¿Que quiere usted, so sucio?
Y le asestó un furioso puntapié en el estómago. Octavio Ramírez se desplomó, con un largo hipo doloroso.
Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al ver en tierra a aquel pícaro, consideró que era muy poco castigo un puntapié, y le propinó dos más, espléndidos y maravillosos en el género, sobre la larga nariz que le provocaba como una salchicha. 

¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés! 

Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!

Así:

¡Chaj!

con un gran espacio sabroso.

¡Chaj!

jueves, 17 de mayo de 2018

MANOS FEAS
 
Mamá, le dijo el niño, eres hermosa;
tu rostro es el trasunto de una diosa.
La madre sonrióse enternecida,
Mas el niño, tornando a otras ideas,
Añadió con palabras conmovidas:
Pero, en cambio, tus manos ¡son tan feas!
Calló el niño al mostrar estos decires,
Mas replicó la madre: no las mires,
Si tanto te disgusta contemplarlas…
No lo puedo evitar, le dijo el niño,
Si al palparlas con ávido cariño,
Tengo, ¡oh madre!, al instante que apartarlas.
El padre que escuchaba al niño dijo:
Te contaré una historia, mi buen hijo.
Hace tiempo, dormía un niño rozagante;
Encendióse el mosquitero,
Y las lumbres del fuego traicionero
Amenazaban la vida del infante.
La nodriza corrió despavorida;
Mas la madre, heroica y decidida,
El fuego dominó a manotadas,
Salvando de las llamas a su niño,
Pero manos de blancor de armiño,
Quedaron sin piedad carbonizadas.
Cuando, al final las vendas le quitaron,
Las manos deformadas le quedaron…
El niño comprendió, y en un segundo,
Voló hacia su madre, le besó las manos,
Diciendo entre sollozos sobrehumanos:
¡No hay manos cual las tuyas en el mundo!

martes, 3 de abril de 2018

CALIGRAFÍA PARA OCTAVOS Y DÉCIMO AÑOS


EL HOMBRE QUE SABIA VOLAR
Empezó a propagarse la noticia de que, en un remoto país, había un hombre que sabía volar. El rico Mansur decidió partir en su búsqueda para pedirle que le enseñara el arte del vuelo sin importar el precio ni las exigencias. Aprendería a volar y se guardaría el secreto para sí mismo, sin comunicárselo a nadie. Sería distinto a todos los demás, lo admirarían y él levantaría su vuelo extraordinario sobre las multitudes que le observarían impotentes y celosas.
Cuando llegó a aquel país lejano, nadie le supo dar noticias del hombre que volaba. Todos le confirmaron que habían oído hablar de él, incluso alguno afirmó y juró que había visto su vuelo prodigioso, pero nadie sabía dónde encontrarlo. Ansioso de encontrarlo, Mansur ofreció una suculenta recompensa a quien le diera una información segura, pero de nada sirvió la oferta.
Un día, mientras Mansur se encontraba en el mercado de la ciudad, se le acercó un viejo escudero, muy pobre, que le preguntó si era él el que buscaba al hombre que volaba. -Sí, soy yo. ¿Acaso tú puedes indicarme dónde puedo hallarlo? Si es así, y lo encuentro, te recompensaré muy bien: ya no pasarás ninguna necesidad en el resto de tu vida. -Puedo llevarte hasta él, si quieres. Comamos algo y después nos ponemos de camino sin demora. Así lo hicieron. Incluso Mansur, conmovido por su pobreza, le compró una manta y un par de sandalias nuevas.
Se encaminaron hacia el Norte, cruzaron el río, y a la noche pernoctaron en un hostal. Al día siguiente retomaron el camino. Mansur ardía de impaciencia por encontrar al hombre que volaba y no cesaba de hacerle preguntas sobre él. -¿Todavía estamos muy lejos? –preguntaba impaciente una y otra vez. -No, no, ya estamos cerca –le respondía calmadamente el viejo escudero. Pero fueron pasando los días y Mansur empezó a dudar.
Cuando iniciaron la subida a una alta montaña, Mansur no pudo aguantar más y gritó lleno de cólera: -Desde hace una semana me repites lo mismo, que estamos cerca, pero yo no veo ningún vestigio del hombre que buscamos. Te alimento, te doy albergue, pero tú me llevas de acá para allá en un penoso viaje que ya se me asemeja a una terrible pesadilla. Empiezo a sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un embaucador y un mentiroso, que sólo buscas aprovecharte de mí. El viejo escudero le miró calmadamente con sus ojos mansos y le dijo: -Ten paciencia, no te desesperes, te aseguro que estamos cerca. Un esfuerzo más y seguro que lo encontramos.
Mansur siguió subiendo la montaña jadeando improperios. Estaba cansado, desanimado, convencido de que el viejo era un simple charlatán, y hasta temió que, en un descuido, le diera un empujón en uno de esos parajes indómitos y lo matara para apoderarse de su bolsa. -Eres un pobre viejo, idiota y mentiroso –empezó a ofenderle con ira-. No sé cómo pude dejarme embaucar por un loco charlatán como tú. Yo no sigo más. Me voy. Tú verás cómo vuelves, porque yo no pienso darte ni un mendrugo de pan. Me importa un comino si te mueres de hambre.
Mansur empezó a descender de la montaña vomitando cólera. No entendía cómo se había fiado de ese pobre viejo que, sin duda alguna, estaba mal de la cabeza. De repente, vio una sombra sobre él, alzó los ojos y vio al viejo escudero volando plácidamente sobre él en el azul infinito del cielo.

martes, 27 de marzo de 2018

INFORMACIÓN PARA DÉCIMOS AÑOS


Principales novedades de las Normas APA 2018 
1. Escritura: claridad y precisión
Si bien el Manual APA no estipula de modo estricto el contenido de un documento académico, es importante que la comunicación de las ideas y conceptos sea eficaz.
Extensión del trabajo académico: no hay una cantidad determinada, pero las Normas APA 2018 considera que la extensión adecuada de un texto es la rigurosamente necesaria para expresar lo que deba ser dicho.
2. Formato y presentación de trabajos
Tipo de letra: Times New Roman
Tamaño de letra: 12
Interlineado: a doble espacio (2,0), para todo el texto con única excepción en las notas a pie de página
Sangría: marcada con el tabulador del teclado o a 5 espacios..
3. Encabezados
Con el fin de facilitar el orden de los contenidos a desarrollar, el Manual APA recomienda la jerarquización de la información, aclarando que los encabezados no llevan mayúsculas sostenidas o números:

Nivel 1: Encabezado centrado en negrita, con mayúsculas y minúsculas
Nivel 2: Encabezado alineado a la izquierda en negritas con mayúsculas y minúsculas
Nivel 3: Encabezado de párrafo con sangría, negritas, mayúsculas, minúsculas y punto final.
Nivel 4: Encabezado de párrafo con sangría, negritas, cursivas, mayúsculas, minúsculas y punto final.
Nivel 5: Encabezado de párrafo con sangría, cursivas, mayúsculas, minúsculas y punto final.
4. Seriación
La seriación puede realizarse con viñetas o números:

Los números son para orden secuencial o cronológico, se escriben en números arábigos seguidos de un punto (1.).

Las viñetas son para la seriaciones donde el orden secuencial no es importante. Las seriaciones deben mantener el mismo orden sintáctico en todos los enunciados y mantenerse en alineación paralela.
6. Citación
APA 2017 emplea un sistema de citación de Autor-Fecha, privilegiando la señalización del número de página, para las citas textuales y para la paráfrasis.

Citas textuales o directas:

Se reproducen de forma exacta el material, sin añadir nada o formular un cambio. Debe indicarse el autor, año y número de página. Si la fuente citada no tiene paginación, entonces se escribe el número de párrafo. Si la cita tiene menos de 40 palabras se coloca como parte del cuerpo del texto, entre comillas y al final entre paréntesis se señalan los datos de la referencia.

Ejemplos:
- Al estudiarlos resultados y según la opinión de Freire (2003): “Todos los participantes…” (p.74)

-Al analizar los resultados de los estudios previos encontramos que: “Todos los participantes…” (Freire, 2003, p. 54)

Citas con más de 40 palabras

Debe redactarse en un párrafo aparte, sin comillas, alineado a la izquierda y con un margen de 2,54 cm o 5 espacios de tabulador. Todas las citas deben ir a doble espacio.

Ejemplo:

- Maquiavelo (2011) en su obra El Príncipe afirma lo siguiente:
Los hombres, cuando tienen un bien de quien creían tener un mal, se obligan más con su benefactor, deviene el pueblo rápidamente en más benévolo con él que si con sus favores lo hubiese conducido al principado (p. 23)

- Es más fácil que el príncipe no oprima al pueblo y gobernar para ellos, porque:
Los hombres, cuando tienen un bien de quien creían tener un mal, se obligan más con su benefactor, deviene el pueblo rápidamente en más benévolo con él que si con sus favores lo hubiese conducido al principado (Maquiavelo, 2011, p. 23)

Citas indirectas o paráfrasis

El autor del trabajo de investigación puede reproducir con sus propias palabras la idea de un autor, aplicando las normas de citación textual.

Ejemplos:

- Según Huizinga (1952) son características propias de la nobleza las buenas costumbres y las maneras distinguidas, además la práctica de la justicia y la defensa de los territorios para la protección del pueblo.

- Así aparecen las grandes monarquías de España, Francia e Inglaterra, las cuales intentaron hacerse con la hegemonía europea entablando guerra en diversas ocasiones (Spielvogel, 2012, p. 425).